Por qué el blog?

Uso el blog, por qué uso el blog? Uso el blog porque es mi espacio elegido para desarrollar mi vulnerabilidad, para darme permisos de sentir «así» de una manera segura. En el «mundo masculino-heterosexual» son pocos los espacios que puede llegar a encontrar un hombre para sentirse vulnerable sin que lo persigan inmediatamente todo tipo de traumas o sin que sienta que pierde su tiempo. El medio no tiene la sensibilidad adecuada, no posee el peso específico necesario para contener, ni la voluntad ni el tiempo.

Es más, me animo a decir que todo lo contrario, la contención surge en conversaciones muy superficiales, o el clásico «si está mal por una mujer, acá tiene un hombro amigo para llorar a esa loca!» o el «todas las minas son iguales» ó el «a mi señora la tengo bien servida» pero no hay lugar para el entendimiento o el espacio nesesario para oír algo de lo que realmente te trae por el piso, no siento en ningún momento que alguno de mis amigos varones pueda llegar siquiera a poder entender como experimento yo el mundo, y no es que yo me crea un ser superior, simplemente creo tener otro tipo de sensibilidad.

Tampoco siento que exista un espacio para hablar ciertas cosas con mis amigas mujeres, y no es un prejuicio misógino, es un dato de la realidad, siempre me dejo llevar por las señales que la energía que mueve al universo nos pone delante de nuestras narices, y lo hago porque creo que mucho tiempo no lo hice y no me gustó el resultado. No tuve hasta ahora una devolución de amigas mujeres que me sirva con algunos de mis temas, porque sencillamente, somos universos paralelos, esa es la señal que recibo, da para compartir otras miles de cosas, pero no esos espacios de vulnerabilidad.

Entonces aparece esta puerta abierta que es el blog, ese sabor casi irresistible de hablar bajo el sacrosanto manto del anonimato, una fuente que pide a gritos que la llene de palabras, de frustraciones, de metáforas sangrantes, de cantos a la desgracia de una tarde lluviosa, un lugar sin tiempo donde habitan las palabras, un lugar oculto pero al alcance de la mano, de mi mano.

No ser nadie para el mundo pero al mismo tiempo, saber que esas palabras son mías, descubrirme a mí mismo al leer y releer, ser el único que conoce al autor de tremendos ladrillazos, vivirlo como un lector más, tratar de ponerme en mi propio lugar al momento en que dejo correr mis dedos por las teclas, los dejo ser traviesos y libres y miro a la hoja que se me insinúa, que me observa con expresión sensual y con tono cachondo me pide en un suspiro «dale puto, tocame las tetas con palabras, cogeme con frases, haceme acabar con metáforas» y entonces me entrego.

Me rindo incondicionalmente y doy rienda suelta a sublimar, vuelco de mi sistema todo lo tóxico y todo lo amoroso, cuento cosas de las que jamás pensé que podría llegar a hablar, pinto paredes con mis fantasías, cambio historias, invento gente, me pongo alas, me hago invisible, me garcho tipos, me hago garchar por tipos, me transformo en perro, en sapo, en dragón, me acuesto con una, dos, cien, mil mujeres, soy lo que se me ocurra ser ese día y a la media hora me cambio, luego, con el mensaje del día terminado, excitado, cansado y hasta un poco exhultante, respiro hondo, miro a mi alrededor, respiro el aire que me circunda y pienso que soy una persona afortunada, entonces, me animo una vez más y escupo más alto que el cielo, es ahí, en ese preciso instante donde le doy al «Publish» y me voy silbando bajito.